Filósofo

Oviedo, J. MORÁN

Hace 25 años el filósofo Gustavo Bueno, que acaba de cumplir 89, trató durante un tiempo con el jesuita Ignacio Ellacuría, miembro relevante de la Teología de la Liberación y que siendo rector de la Universidad Centroamericana de El Salvador sería asesinado junto a otros jesuitas el 16 de noviembre de 1989. A raíz de sus discusiones con Ellacuría, Bueno dedicará en su libro «Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión» (1989), un capítulo a la Teología de la Liberación. Curiosamente, Gustavo Bueno había sido invitado en 1968 a asistir a la Conferencia de Medellín -que fue base del nuevo movimiento teológico-, pero declinó. Más tarde, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, que acaba de ser recibido por el Papa Francisco y que hace ahora diez años recibió el premio «Príncipe», escribió el libro fundacional «Teología de la Liberación. Perspectivas» (1971), que Bueno estudió «con cuidado». Esta entrevista se realizó antes de la concedida por el Papa a los Jesuitas.

-¿Cómo fue aquel encuentro?

-Coincidí con Ellacuría varios días en unos cursos de verano en Vélez-Málaga. Mi curso era sobre la Teoría del Cierre Categorial y el suyo sobre Zubiri. Hablamos mucho y al comienzo le pregunté por su formación. «Sobre todo, Zubiri», me dijo. «Pero antes habrás estudiado en algún seminario; de Escolástica, ¿qué formación tienes?». «Hombre, la común». «Por ejemplo, conocerás a Ceferino González» (dominico asturiano, cardenal y relevante filósofo tomista del siglo XIX). «¿A quién?». «Pero bueno, es casi imposible que no lo conozcas; es como uno que va a Madrid y no ve La Cibeles». Aquello me produjo cierta desconfianza, aunque Ellacuría, por otra parte, era muy simpático.

-¿Teología de la Liberación?

-Ellacuría me estuvo explicando la Teología de la Liberación. Sabía mucho del asunto, claro, pero yo le dije: «Tú no tienes una Teología de la Liberación; por lo que me has contado tú no tienes nada». «¿Cómo que nada?». «Nada, nada». Yo era muy duro con él desde que me había dicho lo de Ceferino González. Y añadí: «Tú lo que tienes son unas ideas, unas hojas de ruta que están muy bien, pero que no tienen nada que ver». Y un día, medio en broma, dije: «Voy a tener que escribirte una Teología de la Liberación». «No digas cosa raras». Y le repuse: «¿Quién escribió el Derecho Romano? ¿Papiniano, Gayo...? No, lo escribieron los profesores alemanes del siglo XIX, los que lo sistematizaron. Le expliqué la diferencia entre la descripción «etic», que es la del observador de algo, y la «emic», que es el punto de vista de la gente que está metida en ese algo. Alguien que está fuera del asunto podría penetrar incluso más profundamente que los que están dentro. Si no, estaríamos en aquello de Sédar Senghor de que «la negritud sólo pueden entenderla los negros». o que a las mujeres solamente pueden entenderlas las mujeres, o que a César sólo puede entenderlo César. Eso sería la aniquilación de la antropología.

-¿Asintió Ellacuría?

-No aceptaba mi planteamiento y hablaba de la «Verstehen» de Dilthey, la comprensión, y que una cosa es conocer («Erkennen») y otra comprender («Erklären»). Ellacuría decía que se trataba de comprender la Teología de la Liberación y eso me desesperaba. Pero sí le concedí que hay una forma de comprender que es la pragmática. Es decir, si yo pertenezco a una tribu comprendo que los ingleses que me rodean son mis enemigos, pero en un momento dado dejo la comprensión teórica y actúo contra ellos. Esa es la compresión pragmática y hay algo de ello en la Teología de la Liberación. Al final quedé en que le escribiría unos folios y ese fue el capítulo, que se lo dediqué, pero cuando estaba corrigiendo las pruebas llegó la noticia de que le habían asesinado y retiré la dedicatoria porque podía haber asociaciones ajenas al asunto.

-¿Y entrando en materia?

-¿Liberación de qué? Porque liberar es lo propio de una religión soteriológica como el Cristianismo. Librar del pecado, liberar del error, salvar. Kant definía la Ilustración como «liberación del hombre de su culpable incapacidad». Pero es obligado contextualizar. Surge formalmente hacia los años sesenta y recuerdo que se celebró la Conferencia de Medellín a la que, por cierto, me habían invitado a través de Salamanca, del teólogo Olegario González de Cardedal. Me escribió, pero yo le dije (ahora no lo hubiera dicho), que los debates de los obispos en Medellín me interesaban tanto como los debates de los ayatolás, y que me sentía completamente ajeno a esos problemas. Pues bien, empieza con Medellín y cuando la idea de liberación sustituye a la de desarrollismo, que era la filosofía de la Organización de Estados Americanos (OEA). Ahora bien, la liberación tenía que ver sobre todo con las guerras de liberación que habían sido promovidas por la Unión Soviética: Lumumba y el Congo, Angola, Cuba.., Ahí estaba el conflicto de los americanos con los rusos y la Guerra Fría. Pero por otra parte estaba el Concilio o el Mayo del 68.

-¿Y en cuanto a ideas?

-El estructuralismo de Lévi-Strauss y el relativismo cultural. Y la apreciación de que «salvaje es el que llama a otro salvaje», una fórmula de Lévi-Strauss. Es lo que Leonardo Boff tomó al decir que las semillas del Verbo están repartidas en todos los pueblos americanos. Y también el marxismo, pero pasado por Trotsky y la revolución permanente. Es un marxismo dispuesto a la violencia. Me acuerdo que le pregunté un día a Ellacuría, ya conminándole: «Vamos a ver, ¿tú cogerías una metralleta?». Se quedó cortado, vaciló y dijo: «Si fuera el caso, sí». «Muy bien», le dije, «quería saberlo». Pero se resistió a decirlo, aunque era dentro de una conversación en la que estaba agarrado. «Porque todo esto que dices es retórico», le interpelaba yo, y fue cuando dije lo de la metralleta. Y entonces se replegó. Por tanto, una mezcla de trotskismo y de lévistraussismo fundidos en el crisol del Cristianismo, de una Iglesia establecida.

-Volviendo a la Liberación...

-Lo dice el propio Gustavo Gutiérrez, cuyo libro leí en su tiempo con cuidado. Era la liberación del pecado colectivo, no del pecado individual. Y en ese pecado individual cabe la violencia continuamente en la tradición de la Iglesia, por ejemplo, en los autos de fe de la Inquisición. Aquello de San Raimundo de Peñafort, en los orígenes de la Inquisición, de que si tienes un brazo enfermo, córtalo, y esto lo aplicó al brazo secular.

-¿Y el pecado colectivo?

-Ahí están las ideas marxistas: el capital ha corrompido completamente la sociedad. El capital y el poder, que son dos ideas sustantivadas, como si fueran dos genios malignos. Me parece una cosa estúpida y abstracta. El capital es muchas cosas y el poder también. Total, que el capital y el poder han corrompido la sociedad y entonces y la sociedad está en pecado colectivo. Y no tiene salvación si no se elimina esa dominación. Y eso comporta también la liberación de la cultura y por tanto la reivindicación de culturas propias, nativas, etcétera. Lo de Evo Morales. La Teología de la Liberación es una mezcla de perspectivas muy heterogéneas y relativamente separadas en sus tradiciones, con las que se producen unas posibilidades muy fértiles de combinación, pero absolutamente confusas y de delirio. Y todo en nombre de una cultura nueva, pero tampoco se sabe qué es eso. Por eso he tenido una gran simpatía por Ratzinger, porque quiso meter en cintura a los teólogos de la liberación, y por eso fue tan criticado como inquisidor.

-¿Consecuencias?

-El peligro que yo veo es que la Iglesia se transforme en una especie de Cruz Roja, de humanismo, de conseguir que la gente coma y tenga salarios mínimos; una especie de asistencialismo que está muy bien y es estupendo lo que logren. Pero eso no es religión. Es el riesgo de que la Teología de la Liberación pierda contacto con la esencia de la religión cristiana, que, si es humanista, es porque Cristo se hizo hombre. Es la única religión que tiene esto. Ninguna religión tiene un dogma fundamental como el de la Encarnación, que es que la segunda persona de la Trinidad se hizo hombre. Entonces, la idea de salvación del hombre mediante Cristo es fundamental. Podrá parecer una tesis demasiado fuerte hoy día del racionalismo, pero si se pierde, se pierde esa religión.

-¿Y el Papa Francisco?

-En esta línea me parece que sí está inaugurando (aunque cualquiera sabe) una hoja de ruta de carácter práctico; eso de apertura personal, de contactos personales, de fervorines, para decirlo en la terminología clásica. Lo que está por ver es hasta qué punto eso puede tener base suficiente para una reforma a fondo de la Iglesia. Por ejemplo, me parece muy superficial que el Papa se baje de un coche para hablar con una señora que le ha saludado, cosa que está muy bien y eso no lo discute nadie. Pero de ahí, como algunos interpretan, a dejar el Vaticano, venderlo, e irse a vivir al 3º izquierda... El papado desaparece si el Papa pierde el poder y la influencia que sigue teniendo. Que eso es superestructura, dirán algunos, pues lo será, pero este Papa metido en el 3º izquierda de la Vía della Conciliazione desaparece. Y la Iglesia es una institución histórica que no puede funcionar teniendo su sede en el 3º izquierda.